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Fuentes paganas
Aunque manifiestan una fuerte aversión al cristianismo, no dudan de la historicidad de Jesús.
Cornelio Tácito, historiador latino, escribió sobre Jesús en sus “Anales” (116 AD.)
Escribe en el libro XV, 44: “Aquél de quien procede ese nombre [de cristianos], Cristo, fue entregado al suplicio siendo emperador Tiberio por el procurador [gobernador ecuestre de Judea] Poncio Pilato” (Auctor nominis eius Christus Tiberio imperitante per procuratorem Pontium Pilatum supplicio adfectus est).
“Reprimida de momento esta superstición nociva, brotó de nuevo no sólo en Judea, punto de origen de tal calamidad, sino en la misma Roma donde convergen y hallan buena acogida las cosas más groseras y vergonzosas”.
Suetonio, en su obra “Vida de Claudio” (120 AD.) dice que este emperador “expulsó de Roma a los judíos en continua agitación a causa de Cretos (Cristo).”
Plinio el Joven, gobernador de Bitinia (circa 112 A.D.), en carta a Trajano escribe que los cristianos “tienen por costumbre reunirse un día determinado, al amanecer, para alabar a Cristo a quien consideran su Dios.”
Fuente judía:
Son escasos los judíos de los primeros siglos que escribieron sobre Jesús. Esto se entiende porque lo habían rechazado (Quienes lo aceptaron, como S. Pablo, escribieron como cristianos). Los judíos no negaron, sin embargo, que Jesús hubiese existido.
Flavio Josefo, historiador judío romanizado. En su obra “Antigüedades Judías”, 18,3,3: “Por aquella época apareció Jesús, hombre sabio, si es que se le puede llamar hombre, fue autor de obras maravillosas, maestro para quienes reciben con gusto la verdad. Atrajo a sí muchos judíos y también muchos gentiles. Este era el Cristo (el Mesías). Habiendo sido denunciado por los primados del pueblo, Pilato lo condenó al suplicio de la cruz; pero los que antes le habían amado le permanecieron fieles en el amor. Se les apareció resucitado al tercer día, como lo habían anunciado los divinos profetas que habían predicho de El ésta y otras mil cosas maravillosas. De él tomaron su nombre los cristianos, cuya sociedad perdura hasta el día de hoy”.
20,9,1 v.4.6: “entretanto subió al pontificado, según dijimos Anás, el más joven, de índole feroz y extremadamente audaz…Dado este su carácter, pensando que había llegado el momento oportuno…., convocó el consejo de jueces y, haciendo presentar a juicio a un pariente del que llamaban Cristo (por nombre Santiago) y algunos otros con él, habiéndolos acusado de reos violadores de la ley, los condenó a ser apedreados”.
Algunos dicen que los textos de Josefo contienen textos interpolados posteriormente, pues se guardó en silencio hasta el año 311 en que lo recuerda Eusebio de Cesarea (M.J. Lagrange, Batiffol). Pero muchos otros, incluso el racionalista alemán A. Harnack lo consideran genuino, ya que aparece en todos los códices. El hecho de que no haya sido anteriormente citado no extraña pues las obras de F. Josefo no eran conocidas entre los cristianos. F. Josefo habló también de otros pretendidos mesías de su tiempo.
Según algunos, lo que arriba aparece en cursiva serían interpolaciones de un copista cristiano. Pero aun si se eliminasen esas líneas, el testimonio histórico de la existencia de Jesús permanece.
Testimonio Cristiano:
Más importantes son los testimonios de San Pablo. La primera carta a los Tesalonicenses se escribió en el invierno del 55 y en ese tiempo ya es evidente que el cristianismo se fundamenta en el seguimiento de una persona histórica llamada Jesús.
Los cuatro Evangelios relatan la vida de Jesús. Los escritores fueron testigos de los hechos. Al escribir no tenían nada que ganar en este mundo, mas que persecución, sufrimiento y muerte. La muerte de Jesús en la Cruz, desde el punto de vista humano hubiese sido el fin del cristianismo. Sin embargo, algo ocurrió que transformó a los apóstoles haciéndoles capaces de comunicar la verdad sobre Cristo por todas partes.
Los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas enseñan la importancia no solo de una vida moral sino de una adhesión a la persona de Jesús.
Los Padres dan testimonio de la autenticidad de los Evangelios:
San Ireneo (170), obispo de Lyon. Era discípulo de Policarpo, quien a su vez era discípulo de Juan el Evangelista. S. Ireneo escribe: “Mateo escribe cuando Pedro y Pablo evangelizaban Roma, hacia el 50, en lengua hebrea; Marcos transmite la predicación de Pedro, hacia el 65; Lucas, colaborador de Pablo, escribe el evangelio enseñado por éste a los gentiles entre los años 67 y 70; Juan escribe en Efeso hacia fines del siglo primero”
-Tertuliano, Africa, (160-223). Afirma que los cuatro evangelistas tienen la misma autoridad .
-Orígenes, Egipto (185-255), menciona a los cuatro evangelistas y el orden en que escribieron.
-Clemente Alejandrino (Circa 200), relata sobre los cuatro evangelios, sobre los cuales conoce una tradición.
Ellos enseñaron sobre la importancia de la adhesión a Jesús y estaban dispuestos a morir por dar ese testimonio.
Libros apócrifos: Son libros no reconocidos en el canon de las Sagradas Escrituras pero que hablan sobre Jesucristo como un personaje histórico. Hay divergencias sobre su naturaleza y doctrina pero no dudan de que fue una persona real.
La extraordinaria transformación de los Apóstoles después de Pentecostés y la propagación del Cristianismo no es comprensible sin no se toma en cuenta a Jesús como una persona real que inspiró y dio fuerza a sus seguidores para semejante empresa.
Desde el primer siglo hasta hoy, todos los que abren su corazón y creen en El reciben Ellos son testigos de Cristo vivo. la gracia de conocerle de una manera real y poderosa que transforma radicalmente sus vidas haciéndoles posible participar en la vida divina.
Jesucristo no es un mito. Existió realmente. ¿Existen algunos documentos históricos sobre Jesús de Nazaret?
Escritores paganos:
A principios del siglo II se habla de los llamados “cristianos”, como aquellos que profesan la fe en Cristo, considerado como Dios.
Así la carta que el historiador Plinio el Joven, procónsul de Bitinia, escribe en el año 112 al emperador Trajano que “los cristianos se reúnen un día determinado antes de romper el alba y entonan un himno a Cristo como a un dios”13 .
Está también Tácito que en sus Anales, hacia el año 115, habla del gran incendio de Roma, atribuido a Nerón en el 64, que culpaba a los cristianos de todo. Aquí está el texto: “Para hacer cesar esta voz, presentó como reos y atormentó con penas refinadas a aquellos que, despreciados por sus abominaciones, eran conocidos por el vulgo con el nombre de cristianos. Este nombre les venía de Cristo, el cual, bajo el reino de Tiberio, fue condenado a muerte por el procurador Poncio Pilato. Esta condena suprimió, en sus principios, la perniciosa superstición, pero luego surgió de nuevo no sólo en Judea, donde el mal había tenido su origen, sino también en Roma, a donde confluye todo lo abominable y deshonroso y donde encuentra secuaces” (15, 44)14
Suetonio, historiador del año 120, refiere que el emperador Claudio “expulsó de Roma a los judíos por promover incesantes alborotos a instigación de un tal Cristo”15 .
Escritores judíos:
Flavio Josefo, historiador judío, en sus Antigüedades judías, escritas hacia el año 93-94, refiere que el “sumo sacerdote Anano acusó de transgredir la ley al hermano de Jesús (que es llamado Cristo), por nombre Santiago, y también a algunos otros, haciéndoles lapidar” (Antiquitates XX, 9, 1). Más explícito es otro pasaje: “Por aquel mismo tiempo apareció Jesús, hombre sabio, si es lícito llamarle hombre; pues hizo cosas maravillosas, fue el maestro de los hombres que anhelan la verdad, atrayendo hacia sí a muchos judíos y a muchos gentiles. Él era el Cristo. Y, como Pilato le hiciera crucificar por acusaciones de las primeras figuras de nuestro pueblo, no por eso dejaron de amarle los que le habían amado antes:
pues Él se les apareció resucitado al tercer día después que los divinos profetas habían predicho de él estas cosas y otros muchos prodigios sobre su persona. Hasta hoy dura la estirpe de los cristianos, que tomaron de Él su nombre” (Antiquitates XVIII, 3, 3).
Carta de Plinio el Joven a Trajano
Señor, es regla mía someter a tu arbitrio todas las cuestiones en las que tengo alguna duda. ¿Quién mejor para encauzar mi inseguridad o para instruir mi ignorancia? Nunca he llevado a cabo investigaciones sobre los cristianos: no sé, por tanto, qué hechos ni en qué medida deban ser castigados o perseguidos. Y harto confuso me he preguntado si no se debería hacer diferencias a causa la edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del mismo modo que la adulta; si se debe perdonar a quien se arrepiente, o bien si a quien haya sido cristiano le vale de algo el abjurar; si se ha de castigar por el mero nombre (de cristiano), aun cuando no hayan hecho actos delictivos, o los delitos que van unidos a dicho nombre. Entre tanto, así es como he actuado con quienes me han sido denunciados como cristianos. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los que respondían afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta, amenazando con suplicio; a quienes perseveraban, les hacía matar. Nunca he dudado, de hecho, fuera lo que fuese lo que confesaban, que tal contumacia y obstinación inflexible merece castigo al menos. A otros, convictos de la misma locura, he hecho trámites para enviarlos a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. Y muy pronto, como siempre sucede en estos casos, propagándose el crimen al igual que la indagación, se presentaron numerosos casos distintos. Me fue enviada una denuncia anónima que contenía el nombre de muchas personas. Quienes negaban ser haber sido cristianos, si invocaban a los dioses conforme a la fórmula que les impuse, y si hacían sacrificios con incienso y vino a tu imagen, que a tal efecto hice instalar, y maldecían además de Cristo –cosas todas ellas que, según me dicen, es imposible conseguir de quienes son verdaderamente cristianos– consideré que debían ser puestos en libertad. Otros, cuyo nombre me había sido denunciado, dijeron ser cristianos pero poco después lo negaron; lo habían sido, pero después habían dejado de serlo, algunos al pasar tres años, otros más, otros incluso tras veinte años. También todos estos han adorado tu imagen y las estatuas de nuestros dioses y han maldecido a Cristo. Por otro lado, ellos afirmaban que toda su culpa o error había consistido en la costumbre de reunirse un día fijo antes de salir el sol y cantar a coros sucesivos un himno a Cristo como a un dios, y en comprometerse bajo juramento no ya a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer hurtos, fechorías o adulterios, a no faltar a nada prometido, ni a negarse, a hacer un préstamo del depósito. Terminados esos ritos, tienen por costumbre separarse y volverse a reunir para tomar alimento, por lo demás común e inocente. E incluso de estas prácticas habían desistido a causa de mi decreto por el que prohibí las asociaciones, siguiendo tus órdenes. He considerado necesario arrancar la verdad, incluso con torturas, a dos esclavas que se llamaban servidoras. Pero no conseguí descubrir más que una superstición irracional y desmesurada. Por eso, tras suspender las indagaciones, acudo a ti en busca de consejo. El asunto me ha parecido digno de consultar, sobre todo por el número de denunciados: Son, muchos, de hecho de toda edad, de toda clase social, de ambos sexos, los que están o estarán en peligro. Y no es sólo en las ciudades, también en las aldeas y en los campos donde se ha difundido el contagio de esta superstición. Por eso me parece necesario contenerla y hacerla acallar. Me consta, de hecho, que los templos, que habían quedado casi desiertos, comienzan de nuevo a ser frecuentados, y que las ceremonias rituales que hace tiempo habían sido interrumpidas, se retoman, y que se vende en todas partes la carne de las víctimas que hasta la fecha tenían escasos compradores. De donde puede deducir qué gran cantidad de hombres podría enmendarse si se aceptase su arrepentimiento. Epístolas X, 96
Tácito
Tácito aporta otra referencia histórica en el año 116 ó 117:
Ergo abolendo rumori Nero subdidit reos et quaesitissimis poenis adfecit, quos per flagitia invisos vulgus Chrestianos appellabat. Auctor nominis eius Christus Tibero imperitante per procuratorem Pontium Pilatum supplicio adfectus erat; repressaque in praesens exitiabilis superstitio rursum erumpebat, non modo per Iudaeam, oríginem eius mali, sed per urbem etiam, quo cuncta mundique atrocia aut pudenda confluunt celebranturque.
Por lo tanto, aboliendo los rumores, Nerón subyugó a los reos y los sometió a penas e investigaciones; por sus ofensas, el pueblo, que los odiaba, los llamaba “cristianos”, nombre que toman de un tal Cristo, que en época de Tiberio fue ajusticiado por Poncio Pilato; reprimida por el momento, la fatal superstición irrumpió de nuevo, no sólo en Judea, de donde proviene el mal, sino también en la metrópoli [Roma], donde todas las atrocidades y vergüenzas del mundo confluyen y se celebran.
Anales, 15:44:2-3
Aunque la autenticidad del texto de Tácito no ha sido cuestionada, numerosos autores han indicado que se desconocen sus fuentes. Se ha barajado la posibilidad de que se basara en Plinio el Joven (ver supra) o en las confesiones de los propios cristianos frente a la persecución policial. El fragmento aparece en el contexto de una larga diatriba contra los males del gobierno de Nerón, y se ha indicado que el interés de Tácito no estaba en el fenómeno cristiano en sí mismo, sino en la crítica al emperador. “A los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía” (Hch 11:26.) Es posible que este nombre ya se usara en el año 44 E.C., cuando ocurrieron los acontecimientos narrados en este relato del libro de los Hechos, aunque la estructura gramatical del texto no lleva necesariamente a esa conclusión.[cita requerida] Algunos creen que esta denominación se originó poco tiempo después.[cita requerida] En todo caso, es probable que el término ya fuera utilizado cuando se escribió el libro de Hechos de los Apóstoles, ya que su autor lo pone en labios del rey Agripa II: “Por poco me convences de hacerme cristiano”. (Hch 26:28)
Flavio Josefo
Las Antigüedades judías son una crónica del historiador judeorromano Flavio Josefo que narra la historia del pueblo judío de una manera razonablemente completa. Los intereses de Flavio Josefo —entre ellos, ganar la simpatía de Roma hacia los judíos— lo llevan, sin embargo, a minimizar las noticias que pudieran resultar conflictivas.
Josefo no menciona a los líderes del pequeño grupo de cristianos (Pedro y Pablo) ni a María, la madre de Jesús. Sin embargo, dos párrafos tratan directamente de Jesús:
En el capítulo 18, párrafos 63 y 64 se encuentra un texto denominado tradicionalmente testimonio flaviano (Antigüedades judías, 18:3:3):
Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, [si es lícito llamarlo hombre], porque realizó grandes milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y a muchos gentiles. [Era el Cristo.] Delatado por los principales de los judíos, Pilatos lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo, [porque se les apareció al tercer día resucitado; los profetas habían anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él.] Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos.
Antigüedades judías, 18:3:3.
En el capítulo 20 se menciona indirectamente a Jesús al relatar la muerte de su hermano Jacobo Santiago (contracción del latín Sanct’ Iagus, esto es, san Jacobo):
Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, el hermano de Jesús, [llamado Cristo] y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados.
Antigüedades judías, 20:9:1.
Esta cita ayuda a datar la muerte de Santiago, hermano de Jesús, en el año 62. El texto del capítulo 20 es filológica e historiográficamente más consistente que el testimonio flaviano. Coincide formalmente con el estilo de Josefo, y parece poco probable una interpolación cristiana por la falta de énfasis hagiográfico.
De este segundo texto se discute si es una interpolación el texto entre corchetes, aunque, siguiendo al profesor Antonio Piñero, la mayoría de los historiadores y filólogos se inclinan por su autenticidad porque Josefo cita en su libro a muchos personajes de nombre Jesús y no parece extraño que añadiese algo al nombre para distinguirlo.
En otro pasaje (Antigüedades judías 18:5:2) se hace referencia a la muerte de Juan el Bautista a manos de Herodes, pero sin mencionar su relación con Jesús.
Se supone que este párrafo ha sido interpolado, probablemente por un lector cristiano que añadió al manuscrito original una nota marginal, incorporada luego en el texto. La suposición se basa sobre todo en la observación de que el pasaje interrumpe el relato, que prosigue en el párrafo siguiente, y que la caracterización de Jesús está redactada en términos que sólo pudo haber empleado un cristiano (especialmente por la afirmación de que Jesús era el Mesías, algo que no pudo decir nunca Josefo, quien siempre se mantuvo en la fe judía). Pero en 1972 el profesor Schlomo Pines, de la Universidad Hebrea en Jerusalén, anunció su descubrimiento de un manuscrito árabe del historiador melquita Agapio, del siglo décimo, en el que el pasaje de Josefo queda expresado de una manera apropiada para un judío, y que se corresponde de una forma tan estrecha a las anteriores proyecciones hechas por eruditos acerca de lo que Josefo habría escrito originalmente. El texto de Agapio es el siguiente:
En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas.
Suetonio
Gayo Suetonio Tranquilo (75-160), escribió alrededor del 120 que el emperador Claudio expulsó de Roma a judíos instigados por un tal ‘Chrestus’:
Iudaeos, impulsore Chresto, assidue tumultuantis Roma expulit.
A los judíos, instigados por Chrestus, los expulsó de Roma por sus continuas revueltas Vit. Caes., Claud., 25.
Algunos estudiosos dieron por sentado que el nombre ‘Chrestus’ equivale a ‘Cristo’ y que la diferencia reside simplemente en un problema ortográfico; sin embargo, se trata apenas de una presunción. Chrestus es un nombre común en la Roma imperial, atestiguado en lápidas e inscripciones; en latín significa «buen hombre», «íntegro», «útil», pero también se podía usar en el sentido peyorativo de «simple», «ingenuo», «tonto», y los mismos que defienden esta hipótesis arriesgan que era un apelativo aplicado a los esclavos (entre los que la doctrina cristiana supuestamente tenía más éxito).
Pero Suetonio dice que el emperador expulsó a judíos, no a cristianos, y Chrestus en el texto aparece como un revoltoso en Roma de alrededor de los años 50 y no un predicador de los 30s en Israel. Más allá del nombre, no parece haber relación entre ‘Chrestus’ y ‘Cristo’.
Años más tarde Suetonio escribió, en una lista de las actividades realizadas por Nerón:
Multa sub eo et animadversa severe, et coercita, nec minus instituta […] afflicti suppliciis Christiani, genus hominum superstitionis novae ac maleficae.
Bajo éste [su reinado] se reprimieron y castigaron muchos abusos, dictándose reglamentos muy severos […]
Nerón infligió suplicios a los cristianos, un género de hombres de una superstición nueva y maligna.